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Reviven la tesis franquista de la muerte de Carrero. ETB, a la cabeza

«Todo mentira». Iñaki Pérez Beotegi «Wilson» reaccionaba con indignación cuando se le planteaba si ETA pudo tener ayudas, incluso de la CIA, para acabar con Carrero Blanco, el sucesor de Franco. Aquella vieja tesis, acuñada por el franquismo para minimizar el impacto del golpe al régimen, es relanzada ahora, en un momento en que se intenta reescribir toda la historia de ETA.

Después de 38 años, la acción políticamente más importante de la historia de ETA vuelve a ser motivo de controversia interesada. El 20 de diciembre de 1973, de modo completamente inesperado, el «comando Txikia» infiltrado en Madrid por la organización armada hacía volar por los aires al almirante Luis Carrero Blanco, presidente del Gobierno español, dando un golpe letal a los planes de futuro de Francisco Franco. La llamada «Operación Ogro» llevaba décadas sin provocar debate, pero en las últimas semanas varios medios han relanzado una vieja tesis que no ha contado jamás con pruebas a su favor.

El gasteiztarra Iñaki Pérez Beotegi Wilson componía aquel «comando Txikia». Antes de fallecer, hace tres años, fue preguntado varias veces sobre si ETA había contado con alguna ayuda externa para acabar con Carrero. En la serie documental ``Transizioa Euskadin'', emitida hace unos años por ETB, se mostraba tajante: «Todo mentira». Simplemente, añadía, «el régimen no pensaba que se podía hacer un atentado así, creía que eran intocables». Wilson también fue abordado, con cámara oculta, para un reportaje de Telemadrid, y ahí se mostraba aún más expresivo cuando se le planteaba si los servicios secretos estadounidenses tuvieron algo que ver: «¡Pero qué coño la CIA! Son una banda de borrachos, no se enteraron de lo de Carrero ni lo del 11-S. No se enteran de nada». ¿Y colaboró acaso el PCE? «Si no lo hacemos nosotros, no lo hace nadie. Al Partido Comunista le dejamos en evidencia cuatro chavales desviados con pájaros en la cabeza -ironizaba-. Y escuché decir a gente del PNV: No puede ser porque los vascos no matan a nadie. ¡Qué me vas a contar a mí la película!».

ETB, a la cabeza

Pero la «película» de la que hablaba Wilson sigue ahora, cuando parecía haber puesto el The end hace años. El domingo se estrenó la miniserie ``El asesinato de Carrero Blanco'', dirigida por Miguel Bardem, que vuelve a incidir en las «incógnitas» del caso. Nacho Faerna, su guionista, sostiene que «hay cosas no suficientemente explicadas. Estoy dispuesto a afirmar, sin comprometerme demasiado, que hubo pasividad. Carrero tenía la confianza de Franco, pero no pertenecía a ninguna de las familias del régimen».

Nada nuevo, en realidad. En otro especial sobre el tema emitido recientemente por el programa ``Cuarto Milenio'', de Cuatro, se recordaba que Fernando Herrero Tejedor, fiscal del Tribunal Supremo y que había sido secretario general del Movimiento, investigó la opción de que ETA hubiera tenido ayudas importantes. Obviamente, para el régimen era difícilmente tolerable haber sufrido tal zarpazo en su propio territorio, por una organización separatista y sin capacidad siquiera de detener a los responsables (hubo un centenar de arrestados en Madrid tras la explosión, pero los cuatro activistas vascos lograron huir). Herrero Tejedor no halló lo que buscaba, y la tesis de la conspiración pasó al olvido... hasta hoy.

El revival repentino del caso puede resultar desconcertante... o no. Ciertamente no hay motivos coyunturales que justifiquen este repentino interés (no se cumple ningún aniversario del atentado, por ejemplo), pero también resulta evidente que desde algunos sectores se impulsa un revisionismo de la historia de ETA. Y si hace unos meses se lanzó una campaña para imputarle la muerte de la niña Begoña Urroz como primer atentado de su historia, cuando en realidad fue cometido por otra organización, ¿por qué no tratar de quitarle la bandera de la muerte de Carrero Blanco, que convirtió a ETA en vanguardia de la lucha antifranquista y multiplicó su influencia y su apoyo social en Euskal Herria en los años 70?

ETB se ha situado a la cabeza de esta dinámica. Alberto Surio, su máximo responsable, repetía hace un mes que entre las prioridades del ente está «deslegitimar» a ETA, y en su comparecencia se citó este trabajo entre otros. Pero la emisión de la miniserie, que concluye mañana, estuvo precedida por la de un documental más sorprendente aún, una semana antes: ``Carrero Blanco, el consejero fiel'', también coproducido por ETB.

Hasta el PNV ha puesto el grito en el cielo por su contenido. Su parlamentario Luke Uribe-Etxeberria ha planteado varias preguntas al respecto en la Cámara de Gasteiz. Destaca que el trabajo «hacía una descripción semilaudatoria de la figura de Carrero Blanco y subrayaba características de su persona, familia y aficiones, sin apenas incidir en la auténtica naturaleza y obra del régimen al que sirvió con absoluta vehemencia y convencimiento». Por contra, apenas reflejaba que El Ogro fue «fiel a un régimen opresor, totalitario, golpista, corrupto, violento. Un régimen que tuvo la voluntad de aniquilar, entre otros, los derechos y los sentimientos personales y colectivos del Pueblo vasco». Y, en fin, obviaba que «Carrero Blanco fue copartícipe, de manera sistemática y estructural, de manera directa y consciente, de la violación de derechos humanos a través de las altas responsabilidades que ostentó en el régimen franquista».

Eva Forest

El atentado contra Carrero Blanco fue reivindicado por ETA el mismo día, en un comunicado leído por Radio París que lo situaba como «justa respuesta revolucionaria de la clase trabajadora y de todo nuestro pueblo vasco a las muertes de nuestros nueve compañeros de ETA», entre ellos Eustakio Mendizabal, Txikia, que dio nombre al comando. Añadía que Carrero «constituía una pieza clave garantizadora de la continuidad y estabilidad del régimen franquista» y vaticinaba que la acción «significará un avance fundamental en la lucha contra la opresión».

Los militantes del comando, además, fueron entrevistados por Eva Forest para el libro que reconstruyó el atentado: ``Operación Ogro''. Forest lo firmó con seudónimo, y diez años después, en 1983, ironizaba sobre el cúmulo de patrañas y tergiversaciones que había escuchado sobre una acción que conocía al dedillo por su labor periodística: «Durante meses, esforzándome por contener la risa, tuve que oír de personas muy `enteradas' los relatos más pintorescos y constatar la frivolidad con que algunas gentes se lanzaban a la difusión de las noticias más peregrinas».

ETA, según el Consulado de EEUU en Bilbo

(Extractos del documento confidencial remitido por el cónsul de Estados Unidos en Bilbo al Departamento de Estado el 5 de septiembre de 1975)

«(...) Las acciones violentas, mayoritariamente atribuidas a ETA V, aumentaron de modo alarmante a finales de 1973 con el asesinato de Carrero Blanco, presidente del Gobierno español, y culminaron con la promulgación, en abril de 1975, del quinto Estado de Excepción en el País Vasco desde 1967. Después de una lista de 47 victimas (incluyendo 11 miembros de la ETA) durante la campaña terrorista de 1974-75, el Gobierno español proclamó una Ley Antiterrorista a nivel estatal que es, de hecho, más represiva que cualquiera de los Estados de Excepción conocidos hasta ahora.

Con esta reacción, el Gobierno español puede haber impulsado el proceso de tensión en el País Vasco más que cualquier seductora filosofía política que ETA pudiera inventar. Tomás Marighela, el teórico brasileño de la Guerrilla Urbana, dejó sentada la estrategia que emplea ETA hoy. De acuerdo con esta estrategia, se pretende obligar a que la policía reaccione con dureza hasta el punto de hacer la vida casi insoportable a la población del país, que se uniría así a los guerrilleros después de perder la fe en que el gobierno fuera a protegerlos. Los grupos de «vigilantes» de derecha (como los «guerrilleros de Cristo Rey») que operan en el País Vasco desde hace pocos meses, han causado tanto miedo como ETA misma».
LEIZAOLA CUESTIONÓ LA AUTORÍA PORQUE ÉL NO SABÍA NADA

El intento de crear una nebulosa sobre la autoría del atentado de Madrid se alimenta también de reacciones como la del lehendakari en el exilio, Jesús María de Leizaola, que dijo al conocerlo que no podía ser obra de ETA porque él no había sido informado previamente y porque matar a una persona era impropio de vascos. La organización armada respondió con contundencia a ambas cuestiones, recordando que «ETA se ha definido como Organización Revolucionaria Socialista Vasca de Liberación Nacional, y pretende ser, en la acción, consecuente con las palabras», y añadiendo que «ETA jamás ha admitido la autoridad, y menos aún la paternidad, del Gobierno Vasco». Tras una reunión entre ambas partes, Leizaola rectificó sus dudas y admitió por escrito que ETA ratificaba su autoría.
CARRILLO sostuvo QUE LA ACCIÓN «NO PARECE VENIR DE LA IZQUIERDA»

También Santiago Carrillo, máximo dirigente del PCE, sembró dudas sobre la autoría de la muerte de Carrero Blanco. Señaló que la acción «era obra de profesionales y no de aficionados», por lo que abría la puerta a que hubiera sido cometida «por ciertos servicios especializados, más que por una organización cuyos medios y posibilidades son limitados». Cuestionó además la fecha de la explosión, al coincidir con el inicio del proceso 1.001 contra dirigentes de CCOO. Y concluyó de todo ello que «la mano que realmente ha preparado el atentado no parece venir de la izquierda». ETA también le replicó: «Hace tiempo que los carrillistas dejaron de sentir con el pueblo y ello les ha conducido a una posición tan ridícula como la de Leizaola y, si cabe, más impopular».

Ramón SOLA - GARA 2011.06.11
http://www.gara.net/paperezkoa/20110611/271810/es/Reviven-tesis-franquis...

No han pasado 40 años desde la muerte en atentado de ETA del presidente del Gobierno español, almirante Luis Carrero Blanco, y las teorías conspirativas han sido rescatadas por algunos medios de comunicación que, como si se tratara de una moda, difunden noticias relacionadas sobre la participación de protagonistas ajenos al hecho. La última entrega ha sido la dirigida por Miguel Bardem.

En ella, su director no hace si no seguir al pie de la letra el capítulo séptimo del libro de Alfredo Grimaldos titulado «La CIA en España». Según Grimaldos, «es difícil encontrar a alguien que sos- tenga que sólo ETA estuvo implicada en la voladura de Carrero». Esta tesis es la misma que lanzó Arias Navarro, sucesor de Carrero, a las semanas del atentado. Nada nuevo, por tanto.

El teorema de la conspiración tiene un recorrido recurrente a pesar de que pueda parecer de reciente cosecha. Un cartel de los «indignados» en Donostia lo explica a la perfección: «No a las sociedades secretas. No a los auto-atentados del 11S (Nueva York), 11M (Madrid) y 7J (Londres)». Las sociedades se rigen, según este teorema, por grupos en la sombra que controlan todo lo que se mueve bajo el sol. Antes fueron los templarios, más tarde los masones y hoy en día la CIA. El ojo de Dios. O el del Gran Hermano. El-vis no murió en Memphis y vive de incógnito en Argentina, ni tampoco Armstrong puso el pie en la luna sino en un estudio de Hollywood.

Los argumentos de estas teorías conspirativas en relación a la muerte de Carrero, al margen de las del libro de Grimaldos, parecen recaer en las dudas que plantea el Sumario 142/73 de Madrid cuyas pesquisas no concluyeron en juicio (Ley de Amnistía de 1977), en el interés de la familia de Carrero de cargar las tintas en los fallos en la vigilancia y contravigilancia del almirante, en la exculpación de los mandos militares de entonces (Iniesta Cano, San Martín, Cassinello, Quintero...) y, sobre todo, en presentar a Euskadi Ta Askatasuna como una cuadrilla de cavernícolas sin ninguna capacidad táctica y, por supuesto, estratégica.

Un programa de televisión dedicado a detectar marcianos y fantasmas añadió hace unas semanas una quinta fuente de conspiración, en línea con su carácter: EEUU se había enfadado con España, en especial con su presidente Luis Carrero, porque el almirante dirigía un proyecto ultrase- creto, el de la fabricación de la bomba atómica, a espaldas de Washington. Sólo dos potencias eran capaces entonces de hacerlo, EEUU y la URSS. ¿Significaba ello que Carrero había caído en poder de los soviets? Por tanto, ¿los americanos estaban obligados a eliminar al delfín de Franco?

Siempre que ETA ha efectuado algún atentado fuera de lo previsible, la reacción gubernamental para paliar las críticas hacia la falta de previsión de sus servicios secretos ha sido la de implicar su paternidad a agentes extraños. Un rápido repaso de hemeroteca lo corroborará. ETA ha ejecutado acciones más complicadas que la de Carrero, incluso en los atentados en Madrid contra el jefe de la oposición Aznar (el coche del líder del PP estaba blindado y el de Carrero no) o en Mallorca contra el rey. En Madrid mató entre la muerte de Franco y la entrada en la OTAN a una decena de militares de graduación cercana a la del almirante y en 1988 sostuvo el probablemente mayor pulso de su historia: el secuestro del industrial Revilla durante 249 días.

En julio de 1986, ETA atacó la sede del Ministerio de Defensa, en Madrid, con 12 granadas, dos de las cuales llegaron a penetrar incluso en el interior. «Abc» dijo que «el centro de las Fuerzas Armadas era el mejor custodiado de España». Nadie habló, que se sepa, de implicación de Washington en el atentado. En abril de 1982 ETA dinamitó la sede central de Telefónica en Ríos Rosas, en Madrid. Casi un millón de abonados y 6.000 sucursales bancarias se vieron afectados. ¿Estuvo Moscú detrás del ataque? Ni siquiera «Interviú» lo insinuó.

Los argumentos de la conspiración son fácilmente desmontables. El primero, el de la ausencia de controles tras el atentado, es una falacia. Tras los hechos, Carlos Iniesta Cano, director general de la Guardia Civil, envió un telegrama a todas las comandancias territoriales que finalizaba con un inquietante mensaje: «Caso de existir choque o tener que realizar acción contra cualquier elemento subversivo o alterador del orden, deberá actuarse enérgicamente, sin restringir ni en lo más mínimo el empleo de sus armas».

Así fue. La Policía y la Guardia Civil pusieron centenares de controles en carreteras y caminos. En la madrugada del día mismo del atentado, 20 de diciembre de 1973, la Policía abrió fuego en Madrid contra un joven de 19 años, Pedro Barrios, en quien creían haber identificado a Iñaki Mujika Arregi, Ezkerra. A consecuencia de las heridas, Pedro Barrios fallecería quince días más tarde. Vayan a la prensa y lean cómo «uno de los jefes militares de ETA» había resultado herido en la explosión que había provocado la muerte del presidente español. Cuando comprobaron que Barrios no era Ezkerra, la noticia desapareció de los diarios.

En Madrid, decenas de jóvenes vascos que se encontraban realizando el servicio militar fueron detenidos. En Baiona, Hendaia y Donibane Lohizune, la Gendarmería hizo numerosas detenciones, entre ellas la del que decían era jefe militar de ETA, Juanjo Etxabe. En Donostia, la Policía había matado a Josu Artetxe, militante de ETA. En la nota oficial se dijo que Artetxe se había suicidado para no contar datos de la operación contra Carrero.

La implicación norteamericana se cae por su peso. Toneladas de documentación desclasificada, decenas de biografías y hagiografías, y ni una sola línea que apoye la tesis conspirativa. Como se ha aireado recientemente, Kissinger se reunió con Carrero Blanco en los días anteriores al atentado. Según los conspiradores, la reunión fue un fracaso. Carrero se enfrentó a Kissinger. Tal y como hizo Franco con Hitler en Hendaia en 1940. Mala ficción. Las relaciones entre Washington y Madrid eran excelentes. Vernon Walters, entonces director adjunto de la CIA, lo cuenta en sus memorias («Silent Missions») e incluso se declara admirador de Franco.

Desde las negociaciones para el establecimiento de bases norteamericanas en suelo español, las relaciones entre Washington y Madrid no tenían secretos. Los puestos clave de la inteligencia y del Ejército español estaban en manos de hombres profundamente franquistas y a la vez americanistas. Algunos de ellos, incluso, se habían formado en EEUU. Cuando el golpe de 1981 se iba a probar cuán cerca estaba Washington de los hombres más conservadores y retrógrados del Ejército español. Los sucesores de Carrero.

Desde el año 1953, Estados Unidos siempre ha apoyado en España la opción más conservadora de entre las posibles. Sin excepciones. La percepción de España como un territorio susceptible de quedar bajo control de fuerzas y sindicatos comunistas era la principal preocupación de Langley en los años 70. Cualquier ataque al régimen se consideraba apto para la desestabilización y, por tanto, de alto riesgo. Mientras todo el aparato de Información del régimen franquista ligaba la insurrección vasca al comunismo, EEUU ya señalaba que la estrategia de ETA, comunista, era similar a la que había teorizado el brasileño Marighela, que la acción del Estado hiciera imposible la vida a los ciudadanos: acción-represión-acción.

Ésta es la misma lectura que hizo Andrés Cassinello. Como es sabido, Cassinello fue el padre del famoso Plan ZEN. A comienzos de 1960, Andrés Cassinello desplazó su residencia a EEUU. En Fort Bragg (Escuela de Guerra Especial del Ejército de USA en Carolina del Norte) se diplomó en Contrainsurgencia, primero, y en Operaciones contra-guerrillas, más tarde. Cassinello sería el último jefe de los servicios secretos franquistas (SECED) creados por Carrero. Hombre de Washington en Madrid.

Poco después de la muerte de Carrero, Cassinello concluyó «Subversión y reversión en la España actual», un grito contra el «debilitamiento progresivo» del sistema. Franquista radical. El trabajo encajaba perfectamente en los postulados de aquella Red Gladio, la red invisible promocionada por los norteamericanos, para preservar el mundo del comunismo. La extrema derecha de la derecha. Como novedad, en este manual sobre el modo de encauzar la «cruzada» anti-comunista Cassinello dedicaba un capítulo a ETA y a sus objetivos: «No producir víctimas entre la población adicta o neutral; aparecer como los valedores ante las supuestas injusticias del Estado; lograr eco favorable en los medios de difusión internacionales y ridiculizar la acción de las Fuerzas de Orden Público, poner en evidencia sus dificultades operativas y mostrar que ETA domina el terreno cuando se lo propone».

Con una sintonía total entre Washington y Madrid, un miedo visceral al comunismo y a todo aquello que supusiera cualquier movimiento antes de la muerte de Franco, ¿deseaba la CIA la desaparición de Carrero? Mucho me temo que fue la misma agencia la que había dado el visto bueno a su nombramiento como presidente mientras «maduraba» al príncipe. No hay que olvidar que el sucesor de Carrero sería Arias Navarro. De Guatemala a guatepeor. Fascistas ambos convencidos.

Nadie recuerda, se supone que intencionadamente, que ese mismo día del 20 de diciembre comenzaba a celebrarse en la misma ciudad de Madrid el Proceso 1001 contra la dirección de CCOO. Y que todas las miradas estaban puestas precisamente en el juicio contra la dirección del entonces sindicato comunista. Y que la capital hispana ofrecía una gala hipócrita frente a las numerosas delegaciones y medios europeos. Policías, espías y chivatos andaban tras los sindicalistas.

La imagen de una organización separatista vasca sin apenas capacidad de análisis estratégico y muy limitada en el aspecto operativo ha sido una constante a la que se han sumado la mayoría de los grupos antifranquistas. Algo estaban haciendo mal cuando ETA llegó a convertirse en la referencia política contra el dictador, despertando simpatías en numerosos sectores sociales. Excepto UGT y CNT, todas las formaciones históricas y nuevas, incluidas LCR y MCE, criticaron la acción de ETA.

Santiago Carrillo fue el primero en lanzar la tesis de los americanos. Carrillo sabe que trabajar para los americanos era el peor epíteto que podían lanzar a sus contrincantes para descalificarlos. Jesús Monzón, jefe de la guerrilla pirenaica y dirigente del PCE, fue descalificado por Carrillo tras llamarlo «trabajador a sueldo del imperialismo norteamericano». La cantinela de la época.

El mensaje de fin de año de Franco aplicó los mismos tonos que los diarios del régimen: «La violencia de una pequeña minoría, postulada desde el exterior, que a nadie y nada representa, se ahoga en la madurez del pueblo español, cuya serenidad y confianza se asientan en la seguridad de que los órganos del Estado administran justicia y aseguran el orden bajo el imperio de la ley. Las instituciones han funcionado insertadas en nuestro pueblo».

Las noticias de la prensa española fueron pueriles. Uno de los bulos mayores fue el de la presencia de un ingeniero sueco en minas que habría preparado el túnel de Claudio Coello. Lo único cierto al respecto es que ETA había enviado a América a varios de sus militantes para aprender de los Tupamaros las técnicas de zulos y túneles.

El resto de los argumentos son obvios. Iñaki Pérez Beotegi, Wilson, fue detenido y torturado brutalmente en julio de 1975 en Barcelona. Según Granados y Bardem, su declaración policial sirve para construir los detalles del atentado. En enero de este año de 2011, Xabier Beortegi, detenido en Iruñea por la Guardia Civil, dijo que, tras las torturas, «hubiera dicho que hasta maté a Manolete». Wilson torturado afirmó que un desconocido le dio un papel en un bar indicándole el objetivo. Gracias a «Operación Ogro», de Eva Forest, sabemos que declaración policial y realidad fueron bien distintas.

En el libro, Julen Agirre (Eva Forest) entrevistó a los miembros del comando que participaron en la muerte de Carrero. Sobre el origen de la información que ubicaba al almirante en la iglesia de los jesuitas de la calle Serrano, los entrevistados esquivaron la pregunta en dos ocasiones. Pero afirmaron tajantemente que la informa- ción «llegó a la dirección. Nosotros nos limitamos a comprobar lo que nos pidieron. Pero la vía no la conocemos». Estaban protegiendo las fuentes.

Meses más tarde, la Policía detuvo en Madrid a 19 personas, a las que acusó de formar parte de la infraestructura de ETA en la capital del Estado. Entre ellas, Alfonso Sastre, Lidia Falcón, Antonio Durán, Eliseo Bayo, Mari Paz Ballesteros y la propia Eva Forest, la autora del libro en el que se detalla el atentado. La mayoría de ellos eran disidentes del PCE. Cuando ingresaron en prisión, el Ministerio de Gobernación les acusó de haber identificado al objetivo y de haber participado en los preparativos del atentado que acabó con la vida del presidente del Gobierno español, compañero inseparable del dictador Franco desde los inicios de la rebelión que le llevó en 1939 al poder. La muerte de Franco en 1975 les evitó de esa condena a muerte que estaba dictada ya antes de un juicio que nunca se celebró.

Iñaki EGAÑA Historiador. GARA 2011.06.11
http://www.gara.net/paperezkoa/20110611/271812/es/La-conspiracion-perman...